Amar en tiempos de Grindr

Cuatro historias de hombres gais que exploraron sus relaciones sexo-afectivas desde Grindr y cómo la inmediatez y la virtualidad han influido su idea del amor hacia otrxs y hacia sí mismxs.

CAMILO CABEZAS

Suena una notificación de su celular. Es un sonido distinto al de cualquier aplicación. No es un SMS, no es un WhatsApp, no es Instagram, no es Facebook. Es un sonido que solo le llega a él y a nadie más dentro de su oficina. Pareciera que ningún otro celular cerca tuviera la capacidad de emitir ese sonido. Él revisa su celular una y otra vez; suenen o no las notificaciones.

`Quizá alguien me escribió´, ´quizá alguien me respondió´, ´quizá tengo a alguien a unos metros cerca´. Eran todos los quizás que Adrián Contreras usaba como excusa para abrir Grindr, sin parar, durante su jornada cotidiana. 

“Hola, soy Adrián. Si no sabes escribir y la diferencia entre ‘de dónde eres’ y ‘en dónde vives’, no estás apto para salir conmigo”, diría la descripción de su biografía en la aplicación. Además, tenía cuatro fotografías de él, con las que buscaba verse intelectual y colorido.

“Hasta que de repente, te das cuenta que no puedes aflojar el celular. Me di cuenta de la dependencia que generaba en mí: me acostaba a dormir y estaba en Grindr, me levantaba y estaba en Grindr”, recuerda Adrián, de 30 años. Y recuerda, en tiempo pasado, porque ha decidido eliminarla de su celular.

En ese salir y entrar de la aplicación móvil, notó que sus problemas de ansiedad y depresión se disparaban. “No es que se debían a Grindr específicamente, pues en mi vida estaban ocurriendo muchísimos otros factores más”, puntualiza. Pero “desde el día uno en que la eliminé, mis ataques empezaron a atenuarse”.

Para quienes no sean parte de la población LGBTIQ+, quizá el nombre de Grindr es desconocido. A lo mejor, si saben inglés, piensen que se trata de un molinillo, de los de moler café u hojas de tabaco. Pero no, se trata de una aplicación móvil de geolocalización para que hombres gais, bisexuales y personas trans se encuentren. 

Cuando te registras en la aplicación, el interfaz permite saber a cuántos metros hay otro usuario cerca. Pero tampoco podría describirse como una red social, pues no permite a sus usuarios tejer redes humanas realmente. En realidad, “podría ser mejor descrita como una plataforma de redes ‘sociosexuales’, (…) entre aquellos abiertos a formar conexiones eróticas, platónicas y prácticas”, como lo describe el historiador norteamericano especializado en sexualidad y diversidad, Andrew Shield, en su libro Inmigrantes en Grindr: raza, sexualidad y pertenencia en línea.

Cuando Adrián la usó por primera vez, a sus 18 años, le pareció chocante. “Desde que te conectas ya ves un pito, ya ves nalgas, ya ves propuestas indecentes”, cuenta  en una cafetería al norte de Guayaquil. Según las estadísticas del 2022 de la aplicación (Grindr Unwrapped), la berenjena, las gotas de agua, la cara de diablo morado, el durazno y los ojos saltones mirando hacia la izquierda son los cinco emoticones más usados alrededor del mundo dentro la aplicación, con 11 millones de usuarios.

Además, la etiqueta más mostrada es fwd, que en sus siglas en inglés significa friends with benefits (en español, amigos con beneficios). Mientras que la más buscada es “hung”, que en el vocabulario usado dentro de este espacio virtual se interpreta como hombre con pene grande.

“Pero yo no uso emojis”, asevera Adrián, haciendo una pausa un tanto dramática. “Yo uso todas las comas, puntos y acentos, esa es mi marca personal en Grindr”, continúa, con una risa grave que se escucha en toda la cafetería. Recuerda que fue en la universidad, a los 18 años, donde en una conversación de amigos uno dijo “de ley te has comido a medio Guayaquil en Grindr” y todos empezaron a reír. Le dio curiosidad, preguntó, se la descargó y empezó a conocer otros chicos gais como él.

“Pero mi primera experiencia no fue negativa, salí con una relación de Grindr”, dice Adrián. Con esa pareja duró un año y medio. Un día le llega una notificación nueva al celular y era ese sonidito distintivo de la aplicación. Se acuerda que el mensaje decía “tú no eres una persona que debería estar aquí, mereces mucho más”. Después de leerlo “obviamente me flechó”. Resultó que ambos se conocían desde antes, entrenando juntos CrossFit al norte de la ciudad, pero ninguno había hablado antes con el otro. Incluso, tenían una foto juntos, donde salían todos los que entrenaban en el mismo sitio, uno a cada extremo de la fotografía. 

Luego de eso, tuvo una etapa soltero; y “eso siempre es un encender y apagar Grindr, encender y apagar… Ahí descubres que la aplicación es para tener sexo fácil”. Pero él no la usaba para eso, sino para conocer personas.

“Cuando eres gay es súper complicado conocer personas en tu día a día. Esta sociedad no está lista para ver dos hombres coquetear”, cuenta Adrián y luego piensa unos segundos…“Al menos que ese coquetear no signifique que te puedan golpear o todos te miren juzgándote. Grindr fue y es un safeplace para conocer a otro como nosotros”. Así que, admite, esa necesidad de conectar afectivamente con otro, a veces, se reduce únicamente a una aplicación.

Para el investigador social experto en género y representación mediática, José Miguel Campi, Grindr aparece como la posibilidad para muchos hombres gais de, alguna u otra manera, conectar. “Para la mayor parte de la población sexo-género diversa, no tuvimos la oportunidad de tener esos primeros grandes amores en la etapa escolar” y Grindr abre la posibilidad de encontrarse con otros sin tener que salir a lugares donde significaba exponerse”, asegura Campi.

Durante la niñez y adolescencia, la mayor parte de las personas LGBTIQ+ en Ecuador crecieron pensando que su manera de amar no era real ni legítima. Pues, según el experto, crecieron “en una sociedad heteronormada y machista que a ratos no reconoce nuestro amor como valioso”, explica. 

Unx niñx diversx pasa su vida frente a un televisor y unos libros que le dicen que su forma de amar no existe; o que, si por excepción llegase a existir, tiene consecuencias trágicas.

“La mayor parte de las historias LGBTIQ+ en los medios, por ejemplo, terminan en tragedia, terminan en muertes por enfermedades, en muertes por violencia homófoba, muerte por suicidio o depresión”, dice Campi. Entonces, en un entorno que desde corta edad te dice que eso es a lo único que estás destinado, “no computamos la posibilidad de tener una relación amorosa y sana… Cosas como cocinar el uno para el otro, pasear el perro juntos, construir una casa, una familia, que puede verse de muchas maneras, tener momentos familiares con tu familia política, muchas veces no está en nuestra caja de posibilidades”.

Campi, quien también es un hombre gay y habla en plural, cuenta la que fue una de las escenas más impactantes de su vida. Recuerda que estaba en una marcha del orgullo LGBTIQ+ en Brighton, Inglaterra, y veía pasar las caravanas con hombres canónicamente guapos y personas con banderas del arcoíris. Cuando, de repente, una pareja de dos adultos mayores de unos 80 años aparece: uno en silla de ruedas y su esposo empujándolo detrás, sosteniendo un cartel que decía ‘tenemos 60 años de amarnos’. Eso lo impactó. “Esa idea de poder envejecer juntos, de poder cuidar de la persona que amas, es una idea que no apareció en nuestras cabezas”.

En ese contexto, nace Grindr en marzo del 2009, creado por Joel Simkhai, un israelí gay que desde los tres años vivió en Nueva York. Cuando se enteró que la segunda generación de los celulares iPhone, lanzada en el 2008, poseían un GPS, a Simkhai le pareció la oportunidad perfecta para crear una aplicación para encontrarse otros como él. Luego de catorce años de su invención, Grindr está presente en más de 192 países, entre ellos Ecuador. 

Campi no cree que Grindr haya modificado la manera en la que nos relacionamos de manera negativa ni tampoco positiva; al contrario, en contextos sociales e históricos donde existían muchos menos espacios para que las personas sexo-género diversas se encuentren y se relacionen “la aplicación aparece como un espacio seguro, en donde encontrase con gente como tú”.

Sin embargo, hay algo que, considera, sí cambia al usar Grindr como un medio para conocer a otrxs. Antes de que existiera la app, “para muchos de nosotros, el deseo de conectar nos llevaba a lugares públicos y físicos” y eso “no solo incentiva las ganas de farrera, sino las ganas de encontrarme con otros y otras, de enamorarse, de hacer amigos y amigas”. Mientras que con “aplicaciones como Grindr lo que hacen es resumir todas las dinámicas de encuentros en encuentros sexuales”.

“Entrar a Grindr es como si fueras a un restaurante y te sirvieran un pedazo de carne, pero la diferencia es que esa carne decide si quiere ser comida por ti y al mismo tiempo, tú también eres esa carne. Y eso, nos cosifica. Eso nos quita nuestra condición de seres humanos, con sentimientos, con ilusiones, con sueños, con historia”, dice Adrián.  

Entrar a ese restaurante, como lo describe Adrián, es encontrarse con un menú con secciones muy bien segmentadas. Al abrir la carta, dependiendo de lo que el radar localice cerca, se puede elegir entre platos “donde se catalogan a las personas, muchas veces, como si fueran animales”: lobos, osos, nutrias, daddies, twinks. Todas, etiquetas que describen cómo son los usuarios dentro de la aplicación; y así, encontrar y ser encontrado, de acuerdo a los requerimientos de nuestra orden al mesero. Adrián tenía puesta la categoría de “oso” en su antigua cuenta. “Porque soy gordito, y es importante que lo sepan”, cuenta. Y sobre lo que él buscaba, puso que “buscaba daddies, que son hombres mayores; y nutrias, que son barbuditos y corpulentos, pero no tanto”.

Hace cinco meses, Adrián empezó a tener ataques de ansiedad y pánico. Las razones no las atribuye a la aplicación, sino a problemas familiares o laborales; sin embargo, también eran más recurrentes cuando usaba la aplicación. “Grindr sí genera ansiedad, sí genera depresión, sí genera cualquier tipo de daño psicológico. Es primero porque te topas a diario con el rechazo… Ese rechazo a mí me hacía sentir vacío”, asegura.

Adrián recomienda que para estar en la app “debes saber a qué juegas y cómo juegas; tener claro de que, así como tú busca algo serio, habrá tipos que solo buscan acostarse contigo”.  Al preguntarle sobre si volvería a usar la aplicación, cuando su estado mental mejore, dice que hoy por hoy no la volvería a descargar. “Menos aún lo estará mañana y quizá pasado tampoco… después no lo sé”, dice sonriendo; “y eso no tendría nada de malo”.

***

Es de noche, pasada las 20:00 y desde el otro lado de la pantalla de la computadora está el psicólogo clínico Steven Curay, quien se especializa en acompañamiento emocional para población LGBTIQ+. Él está en Quito, llegando de su jornada laboral; prende su cámara y entre las primeras cosas que dice habla de la cosificación dentro de la aplicación: “Los usuarios de Grindr no están buscando personas, están buscando un acto sexual; buscan una cosa, una cosificación”, explica. Ambiguamente, buscan algo que requiere de una interacción afectiva y humana, pero “sin afecto, ni emocionalidad, ni la intención de construir un vínculo”.

“Si no están buscando personas, pasa que las fotos de los perfiles muchas veces tampoco son rostros humanos, sino cuerpos”, cuenta Curay, quien también es investigador en el Instituto de Investigación en Igualdad, Género y Derechos de la Universidad Central del Ecuador.

Para él, “Grindr puede modificar la manera en la que ciertos miembros de la población LGBTIQ+ se relacionan, porque todo se reduce al orgasmo y deja de lado la intimidad, el afecto y los procesos de conexión”.

Sin embargo, Curay aclara que esto no tiene nada de malo, ya que es normal que las personas, heterosexuales o no, tengan este tipo de encuentros; más bien, “el problema es cuando este espacio virtual se vuelve el primer acercamiento, o el único, que tienen las personas LGBTIQ+ a una interacción afectiva”. Por consiguiente, explica, esto hace que los usuarios normalicen esta clase de vínculos como los únicos posibles. 

Carlos*, de 26 años, quien hoy es profesor de inglés en un colegio privado de Guayaquil, descargó la aplicación por primera vez en su celular a los 18 años. Recuerda que recién estaba en su primer semestre de universidad y en esa época “era un chico super normado y enclosetado”.

Y, aunque antes de ello había tenido encuentros amorosos y sexuales con otro hombre, entrar a Grindr era toparse con “muchas cosas que no conocía: los roles, salud sexual, enfermedades de transmisión. Todas esas cosas yo no tenía ni idea, y lo fui descubriendo a medida que usaba la app”. Pero antes de Grindr, Carlos no tuvo una educación sexual ni afectiva, ni en casa ni en su etapa de educación secundaria. Se vio obligado a todo aprenderlo en el camino, solo. 

El psicólogo Curay dice que la adolescencia y el descubrir sexual ya es de por sí solo bastante complejo de atravesar. Sin embargo, “para personas heterosexuales y cisgénero es mucho más sencillo el proceso”, asegura. “Primero, han tenido varias representaciones de cómo construir el amor a través de los medios o con los adultos a su alrededor, y así comprenden cuál es su rol dentro del amor, de cuál es la forma que puedes cortejarte, de cómo incluso puedes acercarte al sexo”. 

Y, segundo, durante su formación académica, al menos en los últimos años, reciben educación sexual centrada en la heterosexualidad; “que no es amplia, pero al menos te ayuda a entender que es algo natural”, explica Curay. Pero al momento de hablar de jóvenes LGBTIQ+ esa información no llega; o mejor dicho, llega no de las mejores fuentes.

“Para un desarrollo sano de su sexualidad, deberían siempre tener a mano la información necesaria por parte de expertos, pero sin tabúes ni estereotipos”. Lamentablemente, “muchas veces es el porno la única fuente de información o lo que aprendes de otros usuarios mucho más mayores de la app”, sostiene  el especialista en salud mental.

En esas primeras veces en la aplicación, Carlos recuerda que “sí tenía la esperanza de que podía encontrar algo bueno de Grindr”. Él la usaba para conocer amigos, con los cuales entablar una conversación real; sobre todo en esa época donde aún no era abiertamente gay. Pero con el tiempo fue entendiendo que “Grindr es como una selva”.

Cree que la mayoría solo lo usa para tener sexo. A veces la ha estado usando y conversando con alguien sin ninguna intención sexual, “cuando de repente un tipo te manda un pack y yo ‘¿qué tiro?, no te he pedido nada’, a lo que me respondían ‘entonces que haces aquí si aquí estamos para culiar’”. “La gente ahí lo quiere todo inmediato, lo quiere para ya. Y si no pasa se enojan”, describe Carlos.

Dentro de la aplicación “hay una naturalización o normalización de la hipersexualidad que está consolidada dentro de la idea de masculinidad que predomina en la sociedad”, explica el psicólogo Curay. Puesto que tienes un entorno virtual “en donde tienes a dos hombres que no cuestionan su masculinidad, sino que la celebran y la reproducen”, afirma.

“Independientemente de si somos gais, si somos bi, si somos heterosexuales, si somos trans, a los hombres nos crían para no expresar afecto”, asegura el investigador social experto en género José Miguel Campi. Desde la sociedad se construye una idea de “lo masculino como violento, como vacío, como frío, como distante. Es una masculinidad en la que sufrimos quienes somos sexo-genéricamente diversos y en la que sufren también personas heterosexuales y cisgénero; porque crías a un 50% de la población humana diciéndole que amarse y expresar afecto es sinónimo de debilidad”, agrega.

Por eso, “en Grindr hay gente que tiene la necesidad de conectar con otro, que tiene la necesidad de sentirse cercano o cercana a otra. Ese puede ser un deseo sexual, pero ese deseo sexual a veces esconde esa otra necesidad afectiva de tener a un ser humano a tu lado”, explica Campi.

A la misma conclusión ha llegado Carlos; solo que le tomó cinco años de usar la aplicación: “Yo creo que mucha gente dice que solo busca tirar, pero en verdad lo hacen, tal vez, porque han llegado a creer que no podrían conectar con alguien más, que solo están destinados a esos encuentros casuales”. 

En esos primeros años, que la aplicación era un tanto distinta. Antes, solo se podía poner una foto, ver la localización de los otros a tu alrededor y conversar. “Ahora hay tantas cosas que la gente aplasta tres cositas y ya se manda todo y ya topamos para lo que topamos. Con taps, en vez de ‘hola, ¿cómo estás?’. Eso ha hecho que poder conversar realmente se pierda”.

Es así como, a pesar de usar la app como un medio para conocer a otros iguales a él, “cambió mucho esta forma de pensar con la pandemia: antes yo sentía esta necesidad de querer estar con alguien y era prácticamente el primero que aparezca que me pare bola y ya; ahora me he vuelto mucho más independiente emocionalmente”.

Y todo cambió, según recuerda, con una experiencia desagradable con la aplicación. Había viajado a los Estados Unidos y abrió Grindr allá. “Un man que conocí me invitó a su casa y me dijo para quedarme a dormir”. Así fue: llegó a su casa, empezaron a ver películas juntos, abrazados; cuando de repente, a la 1 AM aproximadamente, se levantó de la cama y le pidió que se fuera de su propiedad. “Me dijo ‘no quiero que estés aquí, no estoy cómodo, ándate’”, cuenta Carlos. 

En otra ocasión, en ese mismo viaje, “tuve un catfish”. Este término anglosajón no hace referencia a un bagre necesariamente, como se pensarían en su traducción literal, sino que se usa para referirse a alguien que se hace pasar por otra persona en redes sociales y otras plataformas online para ligar con otrxs. “Habíamos quedado en un lugar y especificamos la ropa que llevaríamos puesta. Llegué al sitio y lo alcancé a ver de lejos. De inmediato dije ‘este man no es la persona con la que he estado hablando’”. Entonces Carlos se fue de ahí. 

A raíz de estas situaciones, su interacción y sentir cambiaron. “Ahí me empecé a volver más desconfiado con la gente. Con muchos más filtros”, cuenta Carlos. Entre sus tácticas está primero hablar por más de un día y nunca por WhatsApp, siempre por la aplicación. “Hubo una época que yo tenía en mi WhatsApp pura gente que nada que ver, medio le dije un hola y ya nunca más hablamos. Parecía que coleccionaba pokemones”, dice en broma. Segunda táctica: pedir audios “para saber que es real”. Tercera táctica: tener citas casuales en lugares públicos, como cafeterías.

Para los expertos en género y psicología para población LGBTIQ+, Campi y Curay, respectivamente, la aplicación no es negativa ni dañina en sí. Al contrario, reconocen que tiene un valor: ser un mecanismo para las personas diversas de conectar, sin correr el riesgo de ser violentados, física o verbalmente, en espacios públicos.

Carlos cree lo mismo: “Dejando un lado las cosas malas, también he pasado cosas buenas. Conocí gente super nice”. Tiene un montón de experiencias donde “al final terminamos compartiendo tantas cosas que empezamos a vernos y terminamos siendo amigos”. Además, en dos ocasiones, pudo encontrar pareja mientras usaba la aplicación. “Así que no, la aplicación no es mala, es cómo la gente la usa”, aclara acomodándose los lentes y dando un sorbo a su café. 

Como profesor de secundaria, ve que hay algo distinto en la nueva generación de adolescentes de la que él vivió en su juventud. “Tengo muchos alumnos de 15 y 16 que ya son abiertamente gais, lesbianas, o trans o no binarios. Yo siempre les digo que ellos pueden vivir muchas cosas que antes no podía”, dice. Cuenta que rara vez existen casos de bullying por cuestiones de identidad de género u orientación sexual; al contrario, tienen amigos y pueden hablar abiertamente quiénes son. 

“Tengo un chico que se me acercó y me dijo ‘míster, ¿usted cree que me debería bajar Grindr?’. Yo le respondí que no, que espere. Le dije que mejor conecte con gente de sus edad, porque ahí hay gente muy grande”, narra Carlos. Pero ese alumno le contó que soñaba con tener una relación adolescente con otro chico, como lo vio en la serie de Netflix ‘HeartStopper’. Y eso “es algo que yo no tuve”, dice con una voz profunda.. Ni siquiera era algo con lo que era capaz de fantasear”, termina de hablar.

***

Durante largos años, cuando Julio* se observaba al espejo, sus ojos siempre veían una imagen distorsionada de su cuerpo. A veces se sentía ‘muy flaco’ o ‘muy gordo’, pero nunca estaba conforme con lo que estaba frente a su reflejo. “Desde la adolescencia he sufrido trastornos alimenticios. Han ido mutando de una cosa a otra: inició como una anorexia, luego como una vigorexia, después como una ortorexia, uso de esteroides, y así”, cuenta desde una videollamada.

En ese camino, “Grindr solo ha contribuido a que encuentre otro sitio más en donde buscar validación para mi físico”. Mientras, del otro lado de la pantalla habla sin camiseta y acostado en su cama, mostrando su torso musculoso, para ser entrevistado por alguien con quien no había conversado antes.

Julio tiene 30 años y es originario de la ciudad de Ambato, pero ahora vive en Quito, por su trabajo como odontólogo. Desde allí, ha empezado a recibir tratamiento psicológico para sus problemas de percepción corporal y desórdenes alimenticios. Aunque no es el origen de sus problemas, él identifica que la aplicación sí los ha agravado. En Grindr “ves a las personas como si estuvieras en una vitrina de centro comercial, donde te pones para que otra persona te observe y quiera comprarte, te escoja”, describe Julio.

Para él, usar la app era similar a usar esteroides. “Usarlos (los esteroides) no los hace adictivos en sí mismos, pero cuando te paras frente al espejo y ves los resultados en tu cuerpo, quedas fascinado”, describe Julio. Y es que “este tipo de aplicaciones te permite tener un encuentro casual que te permite liberar endorfina de manera fácil e inmediata”, lo cual es “similar al alcoholismo o el vicio a los juegos: la persona puede sentirse triste, entonces usa Grindr y obtiene de manera rápida una forma de liberar endorfinas”, explica el psicólogo Curay. 

Pero al igual que la adrenalina de los juegos de azar o el confort del alcohol, la sensación de falso bienestar que causa Grindr es fugaz. El encuentro sexual se acaba y, para sentir ese bienestar, necesitarás otro nuevo rápidamente. Por eso, la aplicación “puede llegar a utilizarse como un mecanismo de evasión de problemas externos”, dice el especialista en salud mental.

Curay comenta que el cerebro no es capaz de sentir dos emociones contrarias al mismo tiempo, por ese motivo al liberar endorfinas a través de encuentros sexuales o de coqueteo, el enojo, la depresión o la tristeza se bloqueen. Pero solo momentáneamente, hasta que se acaba el acto.

Si algo le demostró Grindr a Julio mientras la usaba, es que “dependiendo de cómo te muestras y cómo los otros te vean, recibirás más y más atención”, dice y se queda pensativo unos segundos. “Entonces estás en un círculo vicioso todo el tiempo”, agrega después.

Para él, Grindr es un espacio discriminatorio “donde uno debe verse bien todo el tiempo, como la idea de este hombre gay con cuerpo perfecto”. Y, quizá, es eso lo que buscaba Julio allí, validación. Confiesa que siempre ha recibido buenos comentarios en la aplicación, casi siempre por su físico: Pero al final del día “la persona que más se juzga soy yo”, reflexiona.

“Lo que te encuentras (en Grindr) más que nada es transgresión, violencia, estigmatización”, asegura Alejandra León, psicóloga clínica con perspectiva de género. Ella asegura que dentro de la aplicación prima “el ser objeto sexual y no sujeto, donde se busca de manera sintomática el deseo de ser visto y validado”. Sin embargo, “¿qué persona no busca ser reconocida por el otre? Es eso lo que nos hace humanos”, define.

La diferencia está dividida por una delgada línea, donde dependiendo desde dónde se esté “puede ser amor propio o narcisismo”, dice León. El narcisismo, explica la psicóloga, “tiende a tener un trasfondo de baja autoestima”.

Esa baja autoestima, cuenta Julio, en él se expresaba como una obsesión por su imagen corporal. “Buscaba siempre alcanzar esta meta del supuesto cuerpo perfecto y así sentir que estoy al nivel del resto de las personas”, confiesa. Pero este es “un cuerpo que no es posible de alcanzar de una manera natural”. Y es así como terminó consumiendo esteroides; hasta que llegó a sentir que no había vuelta atrás. “Dejas de usar, pero te deprimes que tu cuerpo vuelva a la naturalidad”, cuenta Julio.

Desde otra parte del país, está Daniel* de 32 años, en Guayaquil, quien ha vivido algo similar desde la aplicación. “Aunque yo decía que estaba allí metido solo por sexo, en realidad buscaba conectar, buscaba validación”. Daniel habla desde la capital del Guayas, de donde es originario, pero solo está de visita, pues ahora vive en Italia, donde trabaja como asistente humanitario para la Organización de Naciones Unidas. 

Cuando Daniel tenía conversaciones a través de la aplicación y enviaba una fotografía de él, lo que más esperaba con ansias era recibir comentarios positivos de su cuerpo. Pero no siempre lo conseguía. 

Daniel siempre ha sido una persona deportista, por lo que la mayor parte del tiempo ha mantenido un cuerpo atlético. Así que muchas veces recibía mensajes que elogiaban ese físico, pero “otras veces había personas que te hacían sentir como una mierda”, dice con fuerza en la voz. Entonces cerraba la aplicación y otras ocasiones incluso la desinstalaba.

“Yo terminaba sintiéndome muy culpable, muy inseguro: yo ya me sentía muy mal con mi cuerpo y después de la aplicación me sentía peor”, cuenta Daniel.

Recuerda episodios en los que, después de recibir críticas sobre sus “rollitos de más”, al final del día lo que menos quería era merendar. Y se iba a cama sin comer y pensando que quizá al día siguiente debería hacer más abdominales.

“Aunque ese comentario parezca insignificante, me golpeó tanto que aún me acuerdo como era el rostro y el sector por donde vivía de esa persona”, dice Daniel.

Para la psicóloga León, esto no le sorprende. En sus consultas se ha topado con pacientes que expresan la violencia que en ese espacio digital se demuestra. “Hay un trasfondo en ese odio que ejercen las personas agresoras en Grindr: hay un repudio hacia el otre, que también es un repudio hacia sí mismes”; explica la experta en salud mental. 

Daniel también pudo darse cuenta de ello: Ahí notó que “hay mucha gente sola, rota, herida, que huía de sus cosas; me he encontrado con unas cosas que digo ‘¡qué es esto!’, y la desinstalo”. En Grindr, “hay un culto al cuerpo, un culto a la masculinidad. Es como si uno fuera a un supermercado y compra”, describe Daniel. Hoy ya no usa Grindr y ha seguido un acompañamiento psicológico para mejorar su relación con su cuerpo. 

A ratos, esa masculinidad también se muestra como un odio hacia lo femenino. “El comentario más común en Grindr es ‘yo busco hombres, no busco locas’. Es masculinidad que alguna gente califica como tóxica”, explica el experto en género, Campi. Por su parte, la psicóloga León confiesa que han sido varios los episodios donde pacientes le cuentan cómo han experimentado repudio por no cumplir con características heteronormadas por parte de otros hombres gais.

Daniel confiesa que le hubiese gustado descubrirse afectivamente en un sitio diferente a ese. Su primera cita romántica con otro hombre, de esas que se suele tener en la adolescencia, él las tuvo a los 31 años. Recuerdo que no sabía qué hacer. Incluso su relación con su actual novio es eso, “como una relación de colegio, sobre todo al principio”, describe.

Dice que algo se le escapó en su juventud: “esa oportunidad de vivir el afecto de una manera inocente”. Aunque cree que es completamente normal querer tener encuentros que queden solo en lo sexual, le hubiese gustado que sus primeras experiencias fueran distintas.

Nuevamente, dice que algo se le escapó. No sabe describir bien qué es, no encuentra palabras, titubea, rebobina. Entonces encuentra una frase que lo explica: “esa etapa donde sientes mariposas de repente nunca la vives en tu juventud, y se escapa”.

Entre los taps, las conversaciones y los emojis, es el deseo el que conduce las interacciones en esta red de color negro y amarillo. El deseo de ser notadx, admiradx, queridx. Entre las historias, la palabra amor no sale del todo a flote, pero queda indirectamente entendida. Es la validación y el amor propio el que se juega su partido. Entre cada foto y ubicación, el azar es lo único que permite que algunxs descubran cómo es el afecto correspondido.

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Camilo Cabezas

Redactor publicitario en el día, periodista por las noches; pero siempre tratando de describir el mundo desde un enfoque de género. Me interesa investigar sobre grupos vulnerables, poblaciones minoritarias y transhumanismo. Soy un hombre gay que escribe, sobre todo, como una forma de encontrar aquellas historias que no pudo ver ni leer siendo un niñx diversx.