Smiley: los estereotipos del mundo gay versus el amor

XAVIER LETAMENDI

Parece el título de cualquier comedia romántica de las que abundan en el cine o en las plataformas de pago. Smiley, el nuevo hit de Netflix, ciertamente lo es, con la diferencia de que lo que hace reír o llorar es que el centro de la trama es un amor gay y eso, aún en 2022, es una novedad.

Ambientada en Barcelona (España), la serie empieza con lo que pareciera ser una historia central de amor entre dos hombres. De pronto, a Alex (Carlos Cuevas) le hacen ghosting y se queda con la horrible pregunta “¿qué hice mal?”. Responderla lo lleva a pasar por las distintas etapas del duelo: negación, tristeza, ira… Entonces, armado de valor, deja un mensaje de voz a su verdugo con los reclamos más lógicos del mundo, pero comete un error: marca mal el número por lo que el audio se envía mal.

Lo recibe Bruno (Miki Esparbé), un arquitecto que supera los 40 en la cúspide de su carrera profesional y que está cansado del ambiente gay. Es la antítesis de Alex, un veinteañero que trabaja de bartender en un bar gay, con sonrisa perfecta y abdominales de ensueño. A partir de allí el guion exige al espectador cierta complicidad por las coincidencias que pueden ser, a veces, un poco forzadas.

Así arranca una trama relativamente sencilla que enfrenta estereotipos del mundo gay: el jovencito picaflor que no se rinde en su incesante búsqueda del amor versus el hombre maduro, amante del cine, que parece que ya aceptó que no habrá nadie para él.

Así, a lo largo de apenas 8 episodios, que van entre los 30 a 40 minutos de duración, se desarrolla la historia. El espectador, como ocurre con las buenas series de Netflix, puede devorarla en una sola noche. Porque, ya una vez enganchado, lo que uno querrá saber desesperadamente es si el amor vencerá a los prejuicios y a los estereotipos.

La serie narra un romance de Alex y Bruno, dos hombres radicalmente opuestos, en el marco de las fiestas de Navidad y Fin de Año. | NETFLIX

En el camino aparecen conflictos secundarios, que al principio parecen aburridos, pero con el avance de los episodios se levanta el interés. Allí están la pareja de lesbianas que tras 15 años de relación enfrentan la mayor de sus crisis o los problemas que genera el clóset, incluso todo aquello que se perdieron las generaciones de gays del pasado que no disfrutaron de la libertad que hoy tenemos.

Todo ello ambientado en diciembre; es decir, en el marco de las fiestas de Navidad y Fin de Año. Y como la ciudad es Barcelona, hay alguno que otro diálogo en catalán que le inyecta más diversidad a la serie.

Ciertamente Smiley está dirigida a un público gay por esos guiños que hace, como el sonido de notificación de Grindr y el dilema que representa abrir una cuenta allí. El capítulo en torno a esta aplicación de citas es insuperable, repleto de situaciones cotidianas que generan identificación automática.

Y es ahí donde radica el mérito de la serie, al mismo tiempo que despierta ilusión. ¿Para qué ve uno cine o televisión sino para ser transportado a un mundo de fantasía donde el amor siempre prevalece?

Justamente, un influencer español comentaba semanas atrás, luego de una ruptura amorosa sonada en redes, “todos queriendo tener un amor como Smiley y yo así”. Es que eso hace la serie: pone a soñar a todes de que allá afuera está el “Álex” o “Bruno”, según sea el caso, esperando por uno. Y que, en medio de todo el ruido de las aplicaciones de citas, de los inalcanzables estándares de belleza que reinan en la comunidad o de los roles, sí hay amor y que a veces el destino juega para encontrarlo.

Todavía para el público gay encontrarse con productos audiovisuales resulta extraño, aunque hay que reconocer que Netlix, al igual que los grandes estudios de Hollywood, apuestan cada vez por la inclusión, con personajes de todo tipo.

Pero en Smiley las parejas y personajes gays ocupan la centralidad. Más bien los heterosexuales quedan reducidos para el recurso cómico y para el más secundario de los conflictos.

Aún con esa especialidad y que uno podría creer que es una seria exclusiva para minorías, el guionista de la serie, Guillem Clua, se vanagloriaba en Twitter de que su creación entró en la lista de lo más visto en España. 

Con detalles como el sentido del nombre de la serie, Smiley hace eso: arranca sonrisas tiernas y genera identidad. Y al mismo tiempo provoca reflexión sobre el curso de la vida y de los estereotipos que se oponen al amor.

Es que otra de las conversaciones que ha causado la serie es el dilema de, si por buscar al ser perfecto, como dictan los filtros de Instagram, se pierde también la oportunidad de encontrar el amor. Al estar las cualidades físicas y las altas exigencias, como si de un televisor de última tecnología se tratara, por encima de todo, ¿las personas dejan de conocer a otros y por ende la capacidad de amar se ve disminuida? Gran debate que cada vez cobra mayor fuerza en el mundo gay.

De ahí Smiley tiene un cierre mágico, que es lo que la audiencia exige para el capítulo final. La epidemia del VIH y la histórica discriminación a los gays ha hecho que la gran mayoría de productos audiovisuales con esta temática sean siempre tragedias. Smiley rompe con eso. Por supuesto que aún hay odio, pero también necesitamos historias que enamoren e ilusionen.

Todos los estudios que tienen entre manos un éxito siempre buscan prolongar la historia, con otra temporada. Netflix ha caído en esta práctica, pero aún se desconoce si habrá más capítulos. La historia de Alex y Bruno no la necesita, aunque talvez la audiencia sí necesite saber más de ellos.

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Xavier Letamendi

Periodista y magíster en Ciencias de la Comunicación por la UCSG. Durante sus 18 años de vida profesional se ha especializado en contenidos de carácter político y conflictos internacionales. Primer lugar del concurso Periodista por tus derechos 2021, organizado por Fundamedios y la Unión Europea. Vivo, defiendo y celebro la cultura gay porque soy parte de ella. Comprometido con la libertades y las igualdades.