14 Dic La migración desde una mirada queer e indígena
En el poemario Nostalgias y Fronteras, Sonia Guiñansaca aborda, desde sus propias historias e identidades, las experiencias de lxs migrantes ecuatorianxs en Estados Unidos
POR: VICTOR H. CARREÑO
FOTOS DE APERTURA: GABRIELA (@GABRIELASVISION)
La despedida con su abuelita Alegría antes de partir, llorar su muerte desde Nueva York y acudir al cementerio 10 años después; el acento que se pierde para adoptar otro; callar cuando ignoran la ñ de su apellido; las extenuantes y precarizadas jornadas laborales de sus padres… En su poemario Nostalgias y Fronteras, Sonia Guiñansaca aborda lo que -generalmente- no se cuenta de la migración.
Sonia es poeta, gestorx cultural y activistx por la justicia social. Migrante, queer e indígena. Cuando tenía 5 años, emigró de Ecuador a Estados Unidos en los años 90, la década de las políticas neoliberales que profundizaron desigualdades, la crisis económica, el congelamiento de fondos bancarios y movilizaciones sociales.
De esa partida, Sonia -hoy de 34 años- recuerda en uno de sus poemas las maletas cafés y borgoñas que nunca llegaron tras el viaje, y de elegir un peluche para que la acompañe. “Escoge uno”, fueron las palabras de su abuelita Alegría, quien tiene una presencia central en sus textos.
En Nostalgias y Fronteras hay 19 poemas, todos traducidos al kichwa y español en esta sexta edición publicada por Severo Editorial. Originalmente, el poemario fue autopublicado en inglés, en 2016.
“Para crear arte necesitas tiempo y la poesía era una fórmula accesible, y también una forma que vi en Nueva York. Muchos poetas usaban esa forma para contar esa historia con el poder de que sea en primera persona”, explica Sonia.
Desde que era adolescente empezó a escribir en sus diarios (esos en los que se guardan secretos con un pequeño candado) poemas sobre la relación con sus padres o sus “crushes” en el high school.
A los 18 años, cuando veía inciertos sus estudios universitarios por ser indocumentada, empezó a plasmar en letras su historia como migrante. “No sabía a qué universidad iba a estudiar porque no había opciones para estudiantes indocumentados en ese tiempo. Veía cómo los políticos o las noticias hablaban los temas de migración y sólo eran números: cuántos impuestos pagan o cuánto dinero están gastando, pero no contaban historias y no humanizaban el tema de migración”, explica Sonia en una entrevista en Guayaquil, una de las cuatro ciudades del país en las cuales presentó su poemario en noviembre.
Además de la publicación de sus poemas, primero en redes sociales y luego en la primera edición de Nostalgias y Fronteras, Sonia también se vinculó al activismo migrante. Desde estos espacios se logró incidir en la aprobación de leyes y políticas públicas para el reconocimiento de derechos de las personas migrantes indocumentadas en Estados Unidos, quienes están expuestas a la precarización laboral y la violación de derechos laborales.
Sonia presenció como sus padres fueron víctimas de ese sistema que rechaza a la migración, pero a la vez se sirve de ella. “Mi padre y mi madre nunca tienen días libres o vacaciones pagadas o bonos o un plan de jubilación o atención médica”, escribe en el poema Estados Unidos funciona por migrantes. “Estados Unidos grita Go Back To Your Country, Stop Stealing Our Jobs y simultáneamente chilla Where is my lunch?
Ese sistema también negó a Sonia una despedida con su abuelita Alegría cuando ella falleció. Sonia tenía 15 años. Al cementerio pudo acudir 11 años después, ya con papeles. Solo ella. Su papá, hijo de Alegría, seguía en ese momento indocumentado.
“Cuando murieron mis abuelitos, mi papá no pudo ir y ser parte del sepelio. Yo tomé fotos y videos (en el cementerio) para ayudarle a procesar las dos muertes. Es inhumano que las leyes en Estados Unidos no permitan esas experiencias tan importantes. Siempre hablamos de derechos de indocumentados con trabajo, pero no de los derechos de los indocumentados en maneras de que tienen familia y rituales. Eso se notó con la muerte de mi abuela”, señala Sonia.
Ser queer e indígena en un contexto de migración
Por Sonia atraviesan otras identidades: además de migrante, es queer e indígena. Con su hermana y hermano, quienes nacieron en Estados Unidos, bromea “I’m the migrant one”, “I’m the queer one”.
Mientras su niñez y adolescencia estaba marcada por la migración, surgieron sus primeros “crushes”. A sus 10 años sentía atracción por distintos géneros, aunque en ese momento la única palabra que le permitía identificarse era “gay”. Pasados los 20 años pudo, finalmente, enunciarse como queer.
Con su mamá pudo salir del clóset y ahora ella tiene camisetas de Marsha P. Johnson, protagonista de las protestas de Stonewall. Su papá ha llorado con Sonia las rupturas amorosas de su hijx. Pero en uno de sus poemas pregunta: si mi abuelita me amaría así, queer.
“La migración me robó el tiempo con mis abuelitos y preguntas como esas nunca sabré. O no sé cómo mi abuelita se iba a sentir sabiendo que soy poeta, o con pelo corto o largo”, comenta.
De esos años vetados por la migración, Sonia también perdió la convivencia con la familia kichwa cañari de la que proviene. Con su abuela Alegría y su abuelo Cosme solamente había llamadas de larga distancia y ella no fue parte de sus costumbres y tradiciones.
Sonia se identifica también como indígena. “El hablar kichwa no es lo que te hace indígena, es tener una conexión, saber tu linaje y recordarlo. Por eso también mis abuelitos Cosme y Alegría son importantes para mí. Hay una línea directa con la comunidad kichwa cañari por mis abuelitos. La migración impactó la manera de muchas comunidades a seguir tradiciones de Estados Unidos para sobrevivir, porque sabemos que en el mundo las personas indígenas no son respetadas. El hablar quichua no es respetado. Los niños migrantes aprenden inglés para sobrevivir”, señala Sonia.
Estas intersecciones de identidades generalmente no están presentes en la lucha por los derechos en Estados Unidos. Como activista migrante, Sonia ha presenciado como han ido por separado, pese a que por ella -y más personas- se cruzan varias identidades.
“Cuando empecé en 2007 y 2008, en un punto de activismo importante en la historia de migración en Estados Unidos, no veía que personas migrantes podían ser queer. Algo tenía que ser primero, no juntos. Recuerdo que estábamos luchando por los derechos migrantes y los derechos queer podían esperar. Simultáneamente, soy migrante y queer, no por separado”, comenta.
Desde el activismo LGBTIQ+, la situación era igual. “En espacios queer en Estados Unidos se olvidan que hay diferentes identidades en el movimiento y se enfocan en pasar matrimonio igualitario, y no parar deportaciones”.
Un proyecto artístico en honor a su abuelita
En ese contexto que no tiene en consideración la transversalidad de identidades, Sonia fundó el año pasado House of Alegría, un proyecto de apoyo para artistas indocumentadxs, migrantes, queer, trans y no binaries.
Sonia, sin embargo, aclara que no es una respuesta o alternativa a los espacios de activismo excluyentes. “Es una manera de ser. Cuando empecé a ser artista no había maneras, recursos, modelo de cómo ser artista, y tenía que hacerlo sola, aprendiendo sola. No quiero que la siguiente generación pase por esto. Si podemos enseñarnos, hablándonos, para mí esto es importante porque tenemos que regenerar espacios”.
A través de House of Alegría (que lleva el nombre de su abuela), Sonia brinda actualmente acompañamiento a una artista trans y unx no binarie. “El arte y la cultura son importantes, pero lxs artistas y trabajadores culturales son importantes primero. Y si ellxs no están bien, no tienen casa, no están siendo apoyadxs, pero esperamos que hagan arte, es hipócrita. House of Alegría es ‘quiero que estés bien’”.
Desde House of Alegría, el bienestar por lxs artistas migrantes. Desde el activismo, la lucha por derechos que eran y son negados. Y en su obra, la realidad de la que no se habla. La dedicatoria de Nostalgias y Fronteras es de dos líneas, breves pero contundentes: “Dedicado a las personas migrantes, refugiadas e indocumentadas. Existimos”.