«Este no es un lugar alternativo»

El confinamiento que vivimos debido a la pandemia de COVID 19 nos obligó a estar en casa más de lo deseado. Hay quienes encontraron en el encierro y su silencio una oportunidad para crear y culminar proyectos, o descansar, incluso. Pero durante esos meses no podía evitar pensar en lxs jóvenes LGBTIQ+, para quienes la adolescencia siempre es un camino más arduo y el hogar suele suponer nuestro clóset más grande.

Según un estudio de The Trevor Project, una organización de prevención del suicidio de adolescentes LGBTIQ+ en Estados Unidos, el 73% experimentó ansiedad y el 58% depresión. Estas cifras no están lejos de nuestra realidad. Hace un poco más de un año, la Asociación Silueta X emitió un comunicado en relación al suicidio de un chico gay en Ambato: “Queremos aprovechar la oportunidad para hacer un llamado a los familiares de personas sexualmente diversas, a que apelen a su sentido de comprensión y amor. La falta de empatía y rechazo con su forma de vida podría provocar resultados irrevocables.” El impacto emocional de la pandemia se agudizaba.

A medida que las restricciones para evitar la propagación del Covid-19 se fueron levantando, volvimos a encontrarnos con amigxs en lugares de distracción. Pero estos sitios no están libres de discriminación. 

El mes pasado, una pareja de hombres denunció haber sido discriminada y retirada de un popular bar-restaurante de Samborondón. El argumento: “este no es un lugar alternativo”. Lo sucedido no tardó en hacerse viral en Twitter. Y la homofobia salió a flote en redes sociales: “El dueño del bar puede permitir lo q se le dé la gana y al q no le guste pues q no vaya y ya está! Xq la comunidad LGTB siempre quieren imponer sus ideales en todos lados?” (sic). “Me parece correcto lo del bar. 0 mariconadas en espacio público, sean hombre con hombre o mujer con mujer. Al q no le guste pues q no vaya. Así de fácil”. (sic)

El anonimato que otorgan las redes sociales es un reflejo nítido de la más genuina idiosincrasia y el sentir de las sociedades. Estas reacciones homófobas tuvieron al menos 300 likes y un sinnúmero de retuits. 

Pero este tipo de comentarios que justifican la expulsión de una pareja gay de un bar no pueden ser tomados a la ligera. No se trata “simplemente de tuits” como dirán algunos; son la razón por la que nunca vemos una pareja gay o lesbiana tomada de la mano en las calles de Guayaquil y por la que no somos bienvenidxs en los espacios públicos. La homofobia en las redes sociales es únicamente una extensión del odio todavía enquistado en nuestra ciudad. 

El parque de Los Ceibos también fue lugar, el año pasado, de un hecho de discriminación, cuando una pareja de lesbianas que practicaba yoga empezó a besarse. Frente al beso, uno de los guardias del parque obedeció a las quejas de padres de familia que también se encontraban en el lugar con sus hijxs. Advirtió que si volvían a besarse serían retiradas del lugar. Este hecho derivó en un plantón para decirle a esos padres de familia que los besos no son obscenos en boca de nadie y que el espacio público también nos pertenece.

La realidad de Guayaquil es esta. Para quienes discriminan, hace falta que cada local lleve colgado un letrero en su puerta que advierta su condición de “alternativo”, porque quienes somos LGBTIQ+ solo podemos serlo – bajo la idiosincrasia de una sociedad aún retrógrada- en espacios designados, a horas establecidas. Que no se nos vaya a ocurrir ser LGBTIQ+ en un parque a la luz del día porque nos corresponde la sombra. 

La viralización con comentarios discriminatorios, e incluso discursos de odio, en redes sociales de lo sucedido en el bar de Samborondón o en el Parque de los Ceibos, me genera una enormísima indignación. Pareciera que a ratos estos usuarios de twitter, tan desinformados, componen la mayoría. Para constatarlo basta revisar los comentarios de cualquier tema LGBTIQ+ en redes sociales

“Bárbaros, eso no es inclusión, más bien es ganas de romper las pelotas imponiendo sus ideologías innecesarias”. Un comentario en Instagram frente a la noticia de la primera muñeca Barbie inspirada en la actriz estadounidense Laverne Cox, quien se autopercibe como una mujer trans.

“Todos los padres de familia con los que he platicado en estos días me han dicho que NO llevarán a sus hijos a ver “Lightyear” por introducir propaganda de ideología de género” Uno de los comentarios en Twitter porque en la nueva película de Pixar y Disney una pareja de mujeres que por segundos se besa.

¿Cómo no tener miedo entonces de caminar de la mano con tu pareja? ¿Cómo no pensártelo dos veces en si bailar o no con él o con ella en mitad de una disco que no sea “alternativa”? ¿Cómo no dudar si darle o no ese pico a tu novix en el parque? ¿Cómo no seguir en el clóset para cuidar un trabajo? ¿Cómo no agotarse de educar a nuestros círculos heterosexuales más cercanos? 

Tristemente para nosotrxs, el mes pasado, Guayaqueer, una plataforma artística y activista LGBTIQ+ y feminista, anunció el cierre de su espacio físico ubicado en el centro de la ciudad. Espacio que además de acoger varias actividades culturales, nos recibía para dialogar sobre nuestras inquietudes o bailar sin que te miren los ojos de la moral. Me atrevo a decir que no hay ningún espacio pensado para las personas LGBTIQ+ que haya sobrevivido más de seis años. 

Ahora que pareciéramos volver a encontrarnos y que las dinámicas sociales retoman su ritmo tras los momentos más críticos la pandemia, ¿qué tantos lugares seguros para la comunidad LGBTIQ+ sobreviven? ¿A dónde vamos hoy para tomarnos de la mano o darnos un beso? Por supuesto que quedan lugares de diversión que se han sostenido, pero ¿es esto todo lo que nos queda? ¿la oscuridad de un antro y de la noche?

No, no es suficiente. Hay que poner estas preguntas sobre la mesa y eliminar esta idea de que las categorías o las etiquetas son necesarias porque no vaya un hétero a pisar un lugar “alternativo”, o peor, no vaya un gay a colarse en un sitio hétero. 

Junio es fundamental para la población LGBTIQ+. Es el  mes del Orgullo. Y si bien hay avances por los que celebrar, seguimos en una sociedad que juzga, señala, estigmatiza y odia.

Ojalá que el Orgullo venga acompañado de una lucha mucho más férrea para que podamos ser libres en espacios públicos, porque son también nuestros y no exclusivos de la heteronorma; para que nuestrxs jóvenes se recuperen de un encierro que nos ha marcado como individuos; para que descubran que sus identidades y que sus afectos importan y merecen ser visibles más allá de la noche y sus fiestas.

Ojalá este mes no sea una temporada de falsos aliados, empresariales o políticos, que buscan en nuestra comunidad el factor innovador para convencer a sus consumidores o sus votantes. Ojalá que haya autoridades y líderes dispuestos a escuchar nuestra voz, nuestro llanto y también nuestro rugido más harto. Y, sobre todo, ojalá que nuestra lucha elimine la espantosa posibilidad de que se nos eche de un sitio porque “este no es un lugar alternativo”.

Roger Gavsaj

Escritor, educador e ingeniero químico. Como le pasa a muchos en este país, debo seguir en el clóset para mantener un trabajo.