Bellísima cohesión

Me he volado las uñas de los dedos índice y meñique. Ellas suelen ser las primeras víctimas de un hábito que no termino de desterrar, aunque quisiera. 
Me encanta tener las uñas largas y pintadas, pero la vida me enseñó a comérmelas. 


Aun ahora, con 46 inviernos entre tetas (¿pecho yo?) y espalda, batallo para no roerlas. ¡Batallo! Y que me disculpen los lectores de Cientonce si las luchas —internas— que hoy me ocupan les resultan pueriles, frívolas, fútiles. 

Salir del armario a los 40 años, como lo hizo esta servidora lesbiana que aquí escribe, suele pasar factura, de modo que hoy, seis años después de ese diluvio que devino en resurrección, transito por el camino de la pubertad. Y este periodo, como todos sabemos, suele ser propicio para las cursilerías. 

A saber: Los peluches que ahora llegan a mi casa vienen con firma. ¡Y son de factura nacional! 

Discurro en estos meandros porque los amores entre mujeres solían nacer hasta hace poco en los escondrijos de los chats, que no conocen de fronteras, de manera que si alguna entusiasta se atrevía a obsequiar a su amada un tierno muñeco de fieltro, made in NN, debía ponerlo en el correo y esperar que recorriera cientos de kilómetros para que llegara a su destino. 

Esa era bastante a menudo la radiografía de los amores proscritos, con cada una de las amantes involucradas residiendo a considerable distancia, y con encuentros furtivos intermitentes. 

Los detalles aquí descritos pueden ser fácilmente reconocibles por otras lesbianas que nacieron —como yo— en una época imbricada de machismo, convencionalismos y prejuicios, tres taras que perviven incluso hoy, en tiempos de «metaverso», sin ningún atisbo de defunción, aunque con menos músculo que antes. 

La homosexualidad femenina, solamente la más audaz —aclaro—, vivió por muchísimo tiempo bajo el paraguas de la entrañable amistad: —vivo con mi «mejor amiga»—. Esa tesitura, aparentemente ventajosa e inocua, orilló a muchas mujeres con similar orientación sexual a la mía, a salir del armario en las postrimerías de su fertilidad, si acaso se atrevieron a hacerlo. 

Y entonces vino el movimiento feminista, que le dio visibilidad a las lesbianas. Y vinieron entonces las lesbianas, que le dieron fuelle al feminismo. Hermoso pleonasmo. Bellísima cohesión. Memorable encuentro. 

Decía la escritora feminista y lesbiana Beatriz Gimeno, en una entrevista para un diario español, que los gais han tenido históricamente más poder que las lesbianas, por su condición de hombres. 

Reproduzco: «Son vistos con simpatía y, generalmente, tienen a las mujeres como aliadas. En casi todas las oficinas hay ya chicos homosexuales que son aceptados y se bromea con ellos de su orientación sexual —en el buen sentido—, pero pronunciar la palabra lesbiana adquiere tintes dramáticos. Talvez por ello, las lesbianas han antepuesto a su lucha la de los derechos de la mujer».  ¡Qué belleza! 

Jodie Foster, Cynthia Nixon y Ellen DeGeneres son algunas de las mujeres célebres que salieron del armario en el crepúsculo de sus vidas, a pesar del entorno aparentemente liberal en el que derrocharon talento antes de confesar sus afanes más íntimos.  Pero vayamos al sótano. Y sigamos con la cursilería. 

Hace un par de años mi hermana me espetó, en uno de esos días en los que estábamos metidas en la cocina peleando con el reloj: —Pero tú no te consideras mujer, por eso piensas así—. 

Yo le había preguntado si sabía por qué, con tanto trabajo pendiente por delante, estábamos urgidas por preparar el almuerzo. 

—No— me respondió. 

—Porque somos mujeres—  le dije. 

Entonces soltó la brutal frase arriba descrita. 

Para ella, que nació cuatro años antes que yo, su condición de mujer la confina sin réplica ni dilaciones a la cocina, y rebelarse ante los poco reconocidos oficios domésticos es no sentirse mujer.

La prole a la que ese día había que amamantar, dos jovenzuelos mayores de edad, llevaba varias horas viendo Netflix. 

El feminismo, es preciso aclarar, necesita enseñar a las mujeres a educar a sus hijos.  El feminismo, es necesario repetir, debe salir de las parcelas feministas, donde corre el riesgo de volverse elitista, y permear los sectores precarizados.  El feminismo, con el cual mi hermana no se identifica porque cree que todas las feministas son lesbianas agresivas —menos tú, ñaña— y ateas declaradas tiene que entrar a los territorios en donde los discursos de personas como Mamela tienen asidero. 

Y para ese tipo de asidero, mis tetas, hermanas.

Isabel Hungría

Ha realizado reportajes, crónicas y reseñas para diario El Telégrafo y colaboró en la revista cultural Cartón Piedra. Fue correctora de textos en diario Expreso y columnista de diario La Segunda. Tiene un romance confeso con las letras y dosifica esa pasión conjugando el verbo escribir. Pertenece a la comunidad LGBTIQ+, a mucha honra.